En la tradicional foto del equipo que posa ante los reporteros gráficos minutos antes de un partido, Ernesto David Rojas aparece con una postura reconocible en los cracks: no mira de frente sino de costado, como si lo abstrajera la multitud que llena el estadio de Atlético Tucumán. Es un día de fiesta en el Monumental: termina la temporada 1972 de la Federación Tucumana de Fútbol y Atlético se prepara para consagrarse campeón después de ocho años de chicle, sin títulos. Generará, además, un hecho histórico: la primera clasificación del “Decano” a los Nacionales de Primera División (el de 1973), el comienzo de su convivencia entre los grandes. Y Rojas respeta el ritual de los delanteros: se ubica en la fila de abajo. El epígrafe lo señala: es el primero a la derecha de la foto, o sea el primero a la izquierda de sus compañeros, acorde a su puesto en el campo de juego. Después del partido llegará la gloria: Rojas -como todo Atlético- dará la vuelta olímpica. Pero será la última de su trayectoria, la posdata de su felicidad futbolera. En Argentina se viene el horror. Y al wing izquierdo lo matará el terrorismo de Estado.
Su imagen de futbolista, tomada en la previa de ese partido festivo de Atlético contra Tucumán Central, aparece por primera vez en un medio de comunicación. Fue cedida por el historiador del “Decano”, Silvio Nava. La memoria de Rojas (de quien hasta ahora solo se conocían fotos de civil) comenzó a ser reconstruida por un puñado de periodistas e historiadores. Gustavo Veiga, el cronista que más y mejor trabaja en el tema, le dio difusión nacional al dedicarle un capítulo en la tercera edición de su magnífica obra “Deportes, Desaparecidos y Dictadura”, en 2019. Anteriormente, con alcance regional en el norte del país, de Rojas había escrito el periodista jujeño Reynaldo Castro en “Con vida los llevaron”, un libro de 2004 que recuerda a los 129 desaparecidos jujeños. Y según precisa Castro, otro escritor de la Puna, Andrés Fidalgo, en 2001 ya había publicado sobre el wing izquierdo asesinado.
La mención a dos periodistas e historiadores jujeños no es casual. Rojas terminó jugando en Tucumán pero era jujeño y el pico de su carrera como futbolista fue en el club más victorioso de su provincia, Gimnasia. Jugó 11 partidos en el Nacional 1970, la primera participación de un equipo jujeño en Primera. Un par de años después, ya con la camiseta de Atlético (el momento de la foto cedida por Nava), se ganaría el derecho de volver a participar en la máxima categoría, pero una lesión se lo impediría: la necesidad de operarse lo llevaría al lugar donde lo asesinaron, La Plata, el 18 de marzo de 1976, seis días antes del golpe de Estado. También en La Plata, casi dos años después, el 7 de diciembre de 1977, desaparecería Antonio Piovoso, el ex arquero de Gimnasia que había atajado tres partidos en el Metropolitano 1973. Piovoso y Rojas son los únicos dos futbolistas con pasado en Primera División que fueron víctimas del terrorismo de Estado. El fútbol suele olvidarlos: ni siquiera figuran en Wikipedia.
A Rojas le decían Ranga o Ranguita. El 16 de agosto de 1970 convirtió el gol que aseguró la clasificación de Gimnasia de Jujuy al Nacional, un 3-1 ante Patronato (1-1 en la ida, en Paraná) que le dio a su provincia la felicidad de recibir por primera vez a los gigantes argentinos. Atrás, al comienzo del Regional, otros dos pesos pesados del norte argentino, Central Córdoba de Santiago del Estero y Juventud Antoniana de Salta, habían quedado en el camino del Lobo jujeño. Ya en la máxima categoría, Gimnasia y Rojas debutaron a lo grande: contra Boca en la Bombonera. La derrota 3-1 contra el equipo del Rojas más famoso, Ángel Clemente, Rojitas -y futuro campeón de ese torneo-, fue lo de menos. Ranga tenía 24 años y también enfrentó al Independiente de Héctor Yazalde y Pepé Santoro, al Estudiantes de Juan Ramón Verón, al Vélez de Carlos Bianchi, al Rosario Central de Aldo Pedro Poy y a otros participantes de su zona: Banfield, San Martín de Tucumán, su homónimo sanjuanino y Kimberley de Mar del Plata. Rojas no convirtió goles y sólo una vez, ante Central de local, jugó los 90 minutos -el resto fue reemplazado o ingresó en el segundo tiempo-, acorde a un Gimnasia al que, ya conforme con participar, competir le costó mucho más: terminó anteúltimo en su zona, noveno entre diez equipos.
Rojas se fue a Tucumán y, aunque empezó a estudiar abogacía, nunca dejó de jugar al fútbol, primero en Central Norte (sin relación con el Central Norte más famoso, el salteño) y de 1972 a 1973 en uno de los grandes del NOA argentino, Atlético. El “decano” se arrastraba en la mala: no había sido campeón provincial en las últimas ocho temporadas, lapso en el que -encima- San Martín había ganado cuatro títulos. Rojas actuó como un talismán. Jugó 30 partidos y convirtió 9 goles en 1972, el año del deshago de Atlético: tuvo asistencia perfecta, fue protagonista y estuvo entre las figuras. Compañeros de aquel equipo, como el arquero Francisco Ruiz (que entre 1983 y 1984 atajaría para Rosario Central y luego seguiría su carrera en Belgrano, Temperley y demás equipos), lo recuerdan como “un wing izquierdo delgado y veloz”. Pero Rojas jugaría mucho menos al año siguiente: sólo tres partidos, en abril, por el llamado Torneo de Honor. Se había lesionado una rodilla y no llegó a recuperarse para el Nacional 73 a cuya clasificación tanto había contribuido. Su rastro en el fútbol se pierde desde entonces: algunos testimonios señalan que en 1974 pasó un equipo más chico, All Boys de Tucumán.
Rojas no tenía un interés concreto por la política. Tampoco militaba, a diferencia de varios de sus amigos jujeños. En 1973, en San Miguel de Tucumán, comenzó a vivir en la misma casa que su comprovinciano Julio Rolando Álvarez García, Pampero, un afiliado peronista que sería secuestrado y desaparecido el 21 de agosto de 1976. Pocos meses antes, en marzo, cuando el país olía el inminente golpe de Estado, Rojas coincidió en Tucumán con otros dos militantes jujeños, los hermanos Gerardo y Raúl Arabel, que estudiaban y vivían en La Plata. Entre las conversaciones se filtró una vieja idea de Ranga: operarse la rodilla lastimada en Buenos Aires, donde trabajaba el mayor especialista en la época, Miguel Fernández Schnoor, médico de Independiente desde 1959. Rojas tenía 29 años y quería volver a jugar. Los Arabel, que estudiaban medicina en la Universidad Nacional de La Plata, le garantizaron alojamiento. Partieron hacia la capital bonaerense sin saber que, al llegar, los asesinos los esperaban: “Una patota de la Concentración Nacional Universitaria (CNU), un sucedáneo de la Triple A”, precisa Veiga en su libro.
Los detalles hablan del horror de un país caído en un desarmadero de personas: a Rojas y los Arabel los detuvieron en la casa de los hermanos y los acribillaron con decenas de balazos. El diario El Pregón de Jujuy publicó la noticia con el prisma habitual de aquellas épocas: “Tres estudiantes universitarios jujeños cayeron víctimas de la violencia subversiva en La Plata: fueron acribillados a balazos por elementos desconocidos”. Con los restos del cuerpo del wing ya en Jujuy, Gimnasia publicó un aviso fúnebre invitando a sus socios e hinchas al sepelio, el 23 de marzo, el día previo al Golpe militar. El terrorismo de Estado ya había matado a Rojas; el fútbol lo olvidaría enseguida.
Fuente: TyC Sports
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