Mauricio Macri terminó la noche eufórico. En el segundo episodio de un intercambio centrífugo entre seis candidatos, el Presidente llevó el debate a donde quería. Salió decidido a castigar a Alberto Fernández, a identificarlo con la corrupción kirchnerista y a recordar los peores males del Frente para la Victoria durante una década larga de gobierno. Usó los argumentos que le dieron el triunfo a Cambiemos, hace cuatro años, cuando su nombre y su proyecto estaban asociados a la esperanza para una mayoría estrecha de la población. Ahora en busca de la reelección, cuando los datos de su fracaso estrepitoso arden para una franja amplia de decepcionados, Macri decidió golpear a su rival y colmar las expectativas de su núcleo duro de votantes, los que le piden que profundice el abismo con el kirchnerismo y la marca actual del Frente de Todos. Pero en ese intento, que resultó exitoso, está implícito el reconocimiento de una derrota electoral.

La novedad de un candidato presidente más agresivo y compenetrado que en el primer debate giró en torno a una serie de consignas a las que volvió una y otra vez, durante dos horas. “Así son ellos. No van a cambiar”, “Ellos son así, no cambian más”, “No somos iguales, no somos lo mismo”, “Fernández y Cristina son los mismo”.

A tono con el tour del optimismo que lleva adelante en todo el país, Macri gozó el debate. Después de la inyección de ánimo de la marcha multitudinaria en la avenida 9 de Julio, el líder del PRO jugó a la confrontación absoluta para defender lo propio, con una intensidad que durante sus cuatro años de gobierno apareció en contadas oportunidades. No sólo castigó con la corrupción -y la ayuda inestimable de José Luis Espert- a un Fernández que se vio sorprendido en una dinámica adversa. Además, se desligó por completo de su rol de presidente y actuó en un tiempo congelado, como si las evidencias de su triste papel y sus pésimos resultados no estuvieran sobre la mesa. Como si la inflación no fuera el doble de los años kirchneristas, como si la pobreza no hubiera aumentado, como si las industrias no hubieran cerrado, como si el desempleo no hubiera pasado la barrera de los dos dígitos. Como si Macri no hubiera gobernado. O no estuviera gobernando.

Hace cuatro años, el ingeniero guionado por el reaparecido Jaime Durán Barba había logrado ganar a los indecisos con un trabajo arduo en el que juró que no pensaba arrasar con medidas populares de los años de Cristina Kirchner. Con este cierre, a siete días de las presidenciales, parece decidido a ir de regreso a su origen, en busca de alambrar una porción social que resistirá hasta el final el regreso del peronismo al poder pero que, si los resultados de las PASO se confirman, hoy está muy lejos de constituir una mayoría.
Con este cierre, a siete días de las presidenciales, Macri parece decidido a ir de regreso a su origen, en busca de alambrar una porción social que resistirá hasta el final el regreso del peronismo al poder.

Macri sacudió a Fernández con un diccionario que ya se demostró ineficaz en las PASO. “La autopista kirchnerista”, “látigo, chequera, todos disciplinaditos”, “nos mintieron”, “Estado lleno de militantes”, “la libertad de prensa”, “la dictadura de Maduro”, un arsenal de consignas que lo llevaron a lo más alto pero que, en el país de la estanflación, quedan reducidas como argumento y sólo contentan a los sectores que están al margen de la crisis. Hace 60 días lo dejaron 16 puntos abajo de Fernández y, desde entonces, nada mejoró. El próximo debate que agendó el Presidente para dentro de tres semanas sigue alojado en la categoría de milagro.

Mientras el candidato oficialista hacía detonar sus bombas de humo contra la corrupción kirchnerista y marcaba como nunca sus diferencias con el peronismo de los Fernández, también ejecutaba una tarea tan o más importante. Confrontaba con la facción interna de Cambiemos que mira los números de las encuestas y se prepara para ejercitar el rol de oposición moderada. Sin nombrarla, Macri desautorizó el discurso de María Eugenia Vidal ante los empresarios de IDEA. Hace apenas cuatro días, la gobernadora aseguró en Mar del Plata: “Venimos de años de no escucharnos y de grietas. Eso también es parte del cambio. El futuro es sin grieta”. Nada más distante del mensaje de un presidente que repite una y otra vez que “ellos no cambian” y que “somos muy distintos”.

A Fernández le costó demasiado salir del terreno pantanoso al que lo llevó Macri. Decidió responder sobre la corrupción, dijo que no lo iban a correr por eso, le dijo a Espert que podía darle clases de decencia y se esforzó por castigar a Macri con la estafa del Correo del “Clan Macri”, con “los decretos que benefician a sus hermanos” en el blanqueo y con el propio golpe de un presidente que ubicó a su padre del lado del delito. Pero no pudo fijar los ejes del debate como en Santa Fe. Lo hizo por momentos cuando habló de las “tarifas dolarizadas que benefician a los amigos del Presidente” que "se llenan los bolsillos”, cuando recordó que el desempleo es el más alto de los últimos 13 años, cuando habló de que la capacidad instalada de la industria hoy es apenas del 60% o cuando planteó que Macri “uberizó la economía”. Pero fueron momentos de un intercambio que lo mostró bastante más incómodo que en el primer episodio y en el que Nicolás Del Caño ocupó, en más de una oportunidad, el lugar que le tocaba a él.
A Fernández le costó demasiado salir del terreno pantanoso al que lo llevó Macri

El candidato opositor entró a escena más tranquilo, tal vez condicionado por los que lo criticaron durante toda la semana por “el dedito” en el debate que ganó con comodidad. Pidió una y otra vez “menos marketing y más seriedad” y dejó una frase que muestra en qué lugar se para cada uno: “Me preocupa su optimismo. Hablemos de verdad”. Se refería a las estadísticas de seguridad, pero podría aplicar al cuadro integral que deja Macri al final de su mandato.

Mientras el ingeniero disfruta de su rol de boxeador que pega para la tribuna, el profesor de Derecho Penal piensa en administrar una pesadísima herencia. Algo que se notó también en las cosas que Fernández prefirió no explicitar como, por ejemplo, su apoyo a una reforma laboral por sectores como en Vaca Muerta o su defensa de la minería. Hoy el candidato del Frente de Todos necesita consolidar sus votos; mañana precisará -como el aire- los dólares que le aporten esos sectores.

Indiferente a la realidad de los que sufren la crisis, pero mimetizado como nunca con sus fieles, Macri arrancará la semana previa a las elecciones de un inmejorable buen humor. Si busca la hazaña del #SíSePuede con los argumentos de un candidato que renuncia a ser mayoría, en realidad lo que pretende es clavar una sombrilla en la arena de 2020 y plantarse otra vez como el jefe de una oposición dura. Intensa, aguerrida, sostenida en el rencor, minoritaria ante un peronismo expansivo y a la espera de un nuevo fracaso ajeno. El resultado del domingo próximo definirá si ese último, verdadero y ambicioso intento es posible, después de cuatro años con todos los indicadores en rojo.