“Cuando salí campeón mundial tenía 22 años y hace un tiempo me hicieron entender lo que había logrado. Somos apenas 400 futbolistas en el planeta que tenemos las medallitas por haber sido campeones del mundo. En mi etapa como jugador, los logros eran importantes, pero yo solo quería jugar a la pelota, no me interesaba otra cosa”. De esta manera, se presenta José Daniel Valencia, quien quedó en la historia grande de la selección argentina, ya que integra la lista de los 43 argentinos que ganaron un mundial.
El 25 de junio de 1978, el día que Argentina se consagró campeón del mundo como local, decidió huir de los festejos y escapar hacia Jujuy porque extrañaba a Blanca. “César, quiero ir a ver a mi mamá, no aguanto más. Me voy”, le dijo a Menotti en el vestuario, tras la victoria ante Holanda. El entrenador inmediatamente llamó a un patrullero policial para que lo llevara al hotel y, esa misma noche, viajó junto con una de sus hermanas y un amigo hacia su lugar de origen.
Jujeño de nacimiento, Córdoba lo adoptó entre sus personajes más queridos. Valencia vivió hasta los 14 años, junto a su familia, en un estadio de fútbol, debajo de una tribuna. Nació en San Salvador un 3 de octubre de 1955. Su papá era el canchero del estadio de la Liga Jujeña y para Daniel la cancha de fútbol era el patio de su casa.
“Nací en un estadio y mi patio fue un campo de juego. Desde niño juego a la pelota, no al fútbol; y lo seguiré haciendo hasta que mis piernas digan basta”, cuenta el ex mediocampista de 66 años en dialogo con Infobae.
La “Rana” se desempeñó como número 10 un largo período, un enganche de lujo muy completo. Fue visto por César Luis Menotti, quien quedó asombrado por su habilidad cuando buscaba jugadores para su Selección del Interior.
Fue así como Valencia se desempeñó en dos Mundiales. Sumó minutos en cuatro encuentros en 1978 y en uno solo en 1982. Más allá de eso, se enamoró de Talleres y de Córdoba, por eso nunca quiso irse. Es más, rechazó ofertas de los grandes del fútbol argentino y del poderoso Real Madrid.
“Lo que iba a cobrar no me interesaba, porque yo ganaba bien en Talleres y vivía en mi país. No sentía que tenía que ir a jugar al Real Madrid. Lo mío pasaba por el amor a la pelota, no al dinero. Nunca me tentaron los dólares, ni las luces”, remarca Valencia, que se destacó durante 12 temporadas en la T, además de vestir las camisetas de la Liga de Quito de Ecuador, y Jorge Wilstermann y San José de Bolivia.
“Valencia es el mejor 10, y el que debe jugar, sin desmerecer a Alonso ni a Villa. Pero Valencia tiene más noción de conjunto, de toque, y sabe aplicarles velocidad a los movimientos”, decía Diego Armando Maradona en 1978, días después de la frustrante exclusión del plantel que participaría del Mundial. A partir de ese momento, el Diez y Valencia se hicieron muy compinches.
Ambos fueron compadres en la cancha y en la vida, porque Maradona es el padrino de María Inés, una de sus hijas. El de Fiorito viajó a Córdoba para jugar en la despedida de Valencia, en noviembre del 2000, en el viejo Estadio Córdoba. Por su parte, la “Rana” fue a visitarlo a Diego a Cuba, en el peor momento de su enfermedad.
“Caí por su muerte, pero no me resigno a eso; todavía siento que está vivo. Nos veíamos poco porque siempre tuvo ese entorno de mierda que no nos dejaba comunicarnos con él. Es triste todo esto y me hace muy mal. Me bajoneo y me pincho anímicamente”, revela el jujeño.
-¿Que es de su vida, José?
-Gracias a Dios tengo una hermosa familia y estoy sano, que es lo más importante. Estoy trabajando en Talleres como asesor deportivo de las divisiones inferiores de AFA, cargo que ocupo desde hace ocho meses. Estoy muy feliz. Ver cómo está ahora el club, con una infraestructura espectacular, y el pasto verde me alimenta el alma y me dan muchas ganas de ir a trabajar con los chicos.
-Luego de colgar los botines, ¿a qué se dedicó?
-Fui Embajador de Deportes en Jujuy. Luego, subsecretario de Deportes en Córdoba. No quise tomar el rumbo de entrenador ni de dirigente deportivo porque quería descansar un poco de esa vida. Cuando era futbolista, nunca pude disfrutar los sábados. Empecé con 15 años como profesional y me retiré a los 40 en Bolivia. Cuando colgué los botines, me pasé un año sin ir a las canchas porque quise disfrutar de mi familia, ya que el tiempo pasa muy rápido y hay cosas que no se recuperan, como el afecto y el cariño.
-¿Cuando se retiró se alejó por completo del fútbol?
-Cuando me retiré puse una fundación en Bolivia para chicos con escasos recursos económicos. Me asocié con una ONG de los Estados Unidos. Construimos una escuela primaria en Oruro. Los sacábamos de la calles, los llevamos al colegio y los metíamos en el fútbol. Llegamos a tener más de mil chicos.
-¿Cómo fue su infancia?
-No pasé hambre, pero tampoco venía de una familia acomodada. Mi papá trabajaba de canchero de un estadio de fútbol de la Liga jujeña y vivíamos debajo de una de las tribunas. Yo nací en una cancha de fútbol y mi patio fue un campo de juego. Nunca me faltó nada ni tampoco tirábamos manteca al techo. Desde niño juego a la pelota y todavía lo sigo haciendo hasta que mis piernas digan basta.
-¿Sigue despuntando el vicio a sus 66 años?
-Juego y dirijo en una liga amateur de Córdoba. Nací y moriré para jugar a la pelota, no al fútbol, que es diferente. Hace un año, estuve haciendo dupla técnica con el Hacha Ludueña. Con el tiempo me di cuenta de que no me gusta perder a nada. Cuando eso pasa, me enojo mucho; discuto y me dicen cosas. Algunos no saben quién soy, hasta que les cuento y me recuerdan.
-¿Quién es la Rana Valencia?
-Una persona que jugó al futbol, perdón, a la pelota toda su vida. No al fútbol, a la pelota. Porque de la misma manera que jugaba en Old Trafford, en el Maracaná, en La Bombonera, lo hacía de chiquito en Jujuy o hoy lo hago en una liga amateur. Un tipo que ha sido muy feliz y agradecido a este deporte, eternamente. Una persona que se dio el gusto de integrar una Selección del Interior gracias a César Luis Menotti, y muy agradecido al ex presidente de la institución, Amadeo Nuccetelli, que me trajo a Talleres.
-¿Le costó dejar Jujuy para mudarse a Córdoba?
-Sí, me costó mucho, porque nunca había salido de Jujuy hasta que cumplí 18 y me vine para acá. Lloré todo el viaje desde Jujuy a Córdoba porque dejaba a mis amigos, a mi familia y a mis raíces. Vine con el Negro Alderete. Una vez instalado, trataba de pasarla lo mejor posible y logramos que nos quisieran mucho porque jugábamos a la pelota. Cuando llegué a Córdoba me divertía a mi manera, la pasaba bien y nunca sentí presión, aunque de más grande sí cuando estaba en el seleccionado argentino.
-¿Qué tipo de presión sentía?
-Yo era titular en la posición de enganche y en el banco de suplentes estaban Ricardo Bochini y Norberto Alonso. Fue un día que fuimos a jugar al Monumental antes del Mundial 78 y recuerdo que los hinchas de River presentes empezaron a cantar por el Beto. Fue la primera vez que miré hacia las tribunas de un estadio, porque generalmente no lo hacía. Entonces, entonaban “Alonso, Alonso”, mientras yo jugaba. Pero los de Boca gritaban “Valencia, Valencia” para salir a bancarme. Cuando me citaron por primera vez al seleccionado juvenil argentino para disputar un torneo en Toulón, Francia, me desempeñaba con Daniel Pasarella, Marcelo Trobbiani, Jorge Valdano, pero no me daba cuenta con quiénes estaba porque sentía que jugaba como si fuera con mis amigos del barrio. Nunca me fijaba quiénes estaban al lado mío ni a qué rivales enfrentaba.
-¿Por qué?
-Porque jugaba a mi manera; el fútbol para mí lo fue todo. Yo hacía lo que quería y encima me pagaban. Integré el Talleres de 1977 que era como el Barcelona de Pep Guardiola. Salíamos por el mundo sin pertenecer a AFA, jugábamos en el torneo local y nos invitaban de diferentes partes para disputar amistosos. Realmente fueron años espectaculares en la T, que me llevó a integrar la selección argentina durante ocho temporadas. Hace un tiempo me hicieron entender lo que había logrado con el seleccionado argentino. Que apenas somos 400 futbolistas en el planeta que tenemos las medallitas por haber sido campeones del mundo. Durante mi etapa como jugador, los logros eran importantes, pero yo solo quería jugar a la pelota, no me interesaba otra cosa. Con decirte que ni me quedé a la cena de los campeones del mundo, luego de la consagración del Mundial 78, ni toqué la copa ni nada, porque yo quería estar con mi mamá.
-¿Por qué no tocó la Copa que acababa de ganar?
-Cuando terminó el partido ante Holanda le dije a Menotti que me disculpara con todos, pero que me quería ir a mi casa para estar con mi mamá. Él me respondió: “Pero José, tenemos la cena de celebración por haber ganado el Mundial”.
-¿Qué le respondió?
-“César, quiero ir a ver a mi mamá, no aguanto más. Me voy a Jujuy”. Luego de la final, el entrenador argentino llamó a un patrullero policial para que me llevaran al hotel, agarré mi cosas, y esa misma noche viajé junto con mi hermana y un amigo para Córdoba y de allí me fui a Jujuy.
-¿Por qué esa necesidad de ver a su madre?
-Estuve cuatro meses encerrado, tenía 22 años y hace rato no la veía. Además, yo siempre fui muy mamero. Aparte, quería estar con mis amigos que hace tiempo no los veía. Yo siempre pude separar las cosas. He estado con gente que se acercaba sólo por interés, tuve a los “amigos del campeón”, pero no dejaba que se acerquen tanto. Compartíamos un asado, salíamos, pero nada más que eso, porque esas cosas son normales.
-¿Conserva camisetas de cuando era jugador?
-Las regalé casi todas. Conservo solo una del Mundial 78´. No me gusta tener nada en mi casa que tenga que ver con el fútbol porque soy muy nostálgico. La única que tengo en el living comedor es porque le pedí a mi señora Nora que me dejara tenerla y fue la que utilicé con el número 21 cuando enfrentamos a Francia en el Mundial 78´. Esa camiseta me la traje de Jujuy porque en su momento se la había regalado a mi mamá. Cuando ella falleció, me la traje, y cada vez que la veo es como que mi mamá estuviera viva, porque ella la tenia bien guardadita. Es duro no tener a mi madre, pero de alguna manera yo la tengo en el living cuando observo esa casaca.
-¿Se guardó la medalla del 78´?
-Sí, esa la tengo bien guardada y es lo único que me queda; y otras medallas también. Mi familia me las guarda, yo no, porque a mí me da lo mismo, la verdad. Esas cosas materiales no son importantes en mi vida.
-¿Que enseñanza le dejó Menotti?
-Toda. Él fue el que les dio posibilidades a los jugadores del Interior de integrar un seleccionado argentino. Una persona con una claridad única para ver el fútbol y será por eso que viene Guardiola a hablar con él; un sabio de este deporte. Fue el mejor de todos, aunque no lo conocí a Carlos Bilardo, que por algo llegó adonde llegó. Carlos fue muy respetado, ya que ganó el segundo título del mundo. Gracias a Dios soy del grupo al que le gusta el buen juego, como el Manchester City de Guardiola, por eso para mí Menotti es el mejor de todos.
-¿Ganó un buen dinero por haber sido campeón del mundo?
-Nos dieron 27 mil dólares a cada uno, muy poco. Y un auto que se lo regalé a una hermana. Nosotros no hicimos mucha diferencia económica, nos la tuvimos que rebuscar. Los únicos que pueden estar bien económicamente son el Tolo Gallego, que dirigió mucho tiempo; Daniel Pasarella, Mario Kempes, y el Loco Lavolpe. Pero los demás solamente tenemos un nombre y tal vez consigamos más fácil un laburo a comparación de otras personas, pero nada más.
-¿Pudo hacer algún buen colchón de dinero para vivir bien el resto de su vida?
-Si yo me iba a jugar al exterior por supuesto que sí, pero preferí quedarme acá. Yo gané muy bien, pero no es comparable a lo que ganan ahora. Era un buen dinero para esa época, pero muy difícil para hacer un colchón para salvarse de por vida. Vivo bien, no tiro manteca al techo, y en un barrio muy lindo.
-¿Es cierto que lo quiso el Real Madrid?
-Sí, y no quise irme al equipo español. Fue durante una gira de Talleres por el mundo para realizar amistosos. Resulta que estábamos en Grecia y el presidente Nuccetelli me llama a la habitación del hotel donde concentrábamos: “Daniel, podes venir a mi cuarto”. “Sí, cómo no. ¿Qué pasa Amadeo?”, le contesto. “Abajo en el hall está Don Santiago Bernabéu que quiere llevarte al Real Madrid”.
-¿Qué le respondió?
-”Amadeo, ¿usted quiere que me vaya?”. Me respondió que no. Pero me dijo los números del contrato y la única ventaja que tenía era que iba a durar 3 años el vínculo y al término de éste, me iba a quedar con el pase en mi poder. Lo que iba a cobrar no me interesaba, porque yo ganaba bien en Talleres y vivía en mi país; yo no sentía que tenía que ir a jugar al Real Madrid. Lo mío pasaba por el amor a la pelota, no al dinero. Nunca me tentaron los dólares, ni las luces. No quise ir al Real Madrid y en la actualidad el hincha de la T lo valora mucho porque me lo hace saber. Hoy en día, los jugadores no son apasionados por el fútbol.
-¿Por qué cree que juegan, entonces?
-Porque es su trabajo, y mientras más dinero ganen, mucho mejor es para ellos; me parece bárbaro. ¿Pero sabés qué me pasó varias veces que les consulté a varios futbolistas actuales “¿sabés quién soy yo?”. Me dijeron que no. Les tuve que explicar que soy campeón del mundo y luego me pedían disculpas. Hoy en día los chicos no tienen esa pasión por el deporte, como sí la tenia yo, que sabía quién era Rattin, Roma, Novello y Ermindo Onega, por ejemplo. En esa época no existía la tecnología de hoy. ¿Cómo no van a saber quién es un campeón del mundo? Eso te demuestra que el jugador de hoy no tiene pasión, sólo juegan por el dinero. Pero no todos, porque hay excepciones. En el fútbol amateur hay pasión, ya que los que juegan pagan por hacerlo, abonan la cancha, la inscripción y al árbitro. En el fútbol de hoy, al profesional le falta la pasión por este deporte.
-¿Lo tentaron de River o Boca?
-Sí, cuando estaba en Talleres el ex presidente Nuccetelli me dijo que me querían de Vélez, del Huracán de Menotti, de River y Ferro, pero yo decidí quedarme en la T para estar más cerca de Jujuy. Además, Boca preguntó por mí, pero jugaban Potente y Ferrero, y me iba a costar quitarle el puesto a esos dos monstruos.
-¿Cómo fue su vida fuera de las canchas?
-Me daba mis gustos. Solía salir, pero era moderado. Éramos muy conocidos, no podíamos estar tranquilos en ningún lado. Traté de ser reservado, pero donde iba me conocían. En los restaurantes no pagaba, porque siempre había una mesa que me invitaba. Hasta el día de hoy me pasa que me tomo un taxi y el conductor no me deja pagar. A veces, me cuesta aceptar eso. “Me diste muchas alegrías, Rana”, me dicen los taxistas. Cuando jugaba en Talleres, no podíamos estar tranquilos en ningún boliche cordobés. Me gustaba ir a bailar cuarteto, aunque me fascina el rock argentino. Me gustan Charly García, el Flaco Spinetta, David Lebon, entre otros. Yo me compraba los anteojos de John Lennon y para mí, The Beatles son los más grandes que hay. Un día fuimos a ver a la Mona Giménez junto al Negro Alderete.
-¿A dónde?
-A Sargento Cabral, un lugar muy conocido en Córdoba, que todavía existe. Llegamos y nuestra intención era enganchar algo, ya que éramos solteros. Entonces, apenas entramos ya llamábamos la atención. Nos sentamos y al minuto de haber ingresado teníamos a doce vagos en la mesa. Nos pidieron fotos y nos dijeron “qué gran partido hicieron hoy”, ya que durante el día habíamos jugado con Talleres. Nos quedamos charlando con ellos y a las dos horas nos fuimos. Después de ese día dejamos de ir a los bailes, porque la gente nos conocía tanto que no podíamos estar bien en una disco. Tenía mi fama de salidor, pero por mi fama no podía ir a los recitales.
-¿Hubo excesos en esas salidas nocturnas?
-Me cuidaba, aunque fumaba. No bebía mucho porque me tomaba dos vasos y ya estaba para dormir. Nunca era de tomar y cuando lo hacía me pegaba (risas). No sabía cómo hacerlo, entonces me tenía que cuidar sí o sí. Me di mis gustos en vida. Cuando iba a los boliches tenía la intención de ir a escuchar música y me juntaba con gente de la noche tranquila, como por ejemplo, los dueños de las discos. Tuve una vida nocturna tranquila, sin excesos. Me gustan mucho el Gin Tonic y el champagne. Muchas veces estaba tranquilo, aunque algunas veces me habré pasado de copas. No había que tomar mucho para ponerme en un estado incoherente. Siempre me cuidé hasta el día de hoy, que tengo 66 años y peso dos kilos más de los que tenia cuando jugaba. Cuando juego en el fútbol amateur no pueden creer el estado físico que tengo.
-¿Cómo tomó la muerte de Diego Maradona?
-Fue muy duro porque era mi hermano, lo amaba como persona. No nos veíamos seguido, pero cada vez que sucedía llorábamos juntos. La ultima vez fue cuando vino con Gimnasia y Esgrima La Plata a enfrentar a Talleres en Córdoba. Lo tengo en mi corazón. Jugué con el más grande del mundo. Es padrino de una de mis hijas. Por este motivo, compartimos reuniones familiares, disfrutamos dentro y fuera de las canchas; cantamos juntos en el karaoke, ya que vivimos y concentramos como amigos que fuimos.
-¿Qué recuerda del Diez?
-Me hace mal recordarlo y hablar de él, me quiebro y se me va la voz. Nos queríamos mucho. En la previa al Mundial 78´, Diego quedó afuera de la lista por mí, ya que fui el elegido junto con Julio Villa, Mario Kempes y Omar Larrosa, que jugábamos en su misma posición. Me pongo mal cada vez que me hablan de Pelusa, por eso no me gusta hablar de él. Yo lo veía muy poco, pero cuando pasaba era como que nos daba la sensación de vernos seguido. No puedo creer que este muerto.
-¿Le cayó la ficha de su fallecimiento?
-Caí, pero no me resigno a eso; todavía siento que está vivo. Nos veíamos poco porque siempre tuvo ese entorno de mierda que no nos dejaba comunicarnos con él. Entonces, a lo último opté por no llamarlo, y dejé de ir a visitarlo por culpa de esa gente. A veces me preguntaban quién era yo. No tienen por qué conocerme, pero que sean respetuosos y no tengo dudas de qué solo lo querían para ellos; no les convenía que estuviera cerca de Diego. Yo estuve con Diego en Cuba cuando se estaba recuperando de las drogas, pero en ese momento el entorno era otro. Es triste todo esto y me hace muy mal. Me bajoneo y me pincho anímicamente.
-¿Porque le dicen la Rana?
-Porque siempre tuve las piernas muy delgaditas. Cuando sos chico y flaquito, tenés piernas de ranitas. Mi lo puso mi papá y así me quedó. Por eso fui muy explosivo y rápido para jugar a la pelota, no al fútbol.
Fuente: Infobae
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