El informe es crucial porque Argentina es un país agroexportador que en 20 años (desde 1991 hasta 2011) ha aumentado un 1.279% su uso de químicos, según datos el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA). Tan solo en el año 2018 se utilizaron 525 millones de kg/l de herbicidas en nuestros suelos, en información de la ONG Naturaleza de Derechos.
La falta de estadísticas oficiales acerca de efectos de agrotóxicos en niños hace que la investigación de la SAP sea un hito sin precedentes, algo que marca un antes y un después en la pediatría. Según los autores, “si bien hay múltiples publicaciones que dan cuenta de diversos efectos perjudiciales de los agroquímicos sobre la salud, no disponemos en el ámbito pediátrico nacional de un documento que resuma los hallazgos sobre los efectos de los agrotóxicos en la población infantil ni aborde esta problemática de modo integral”.
En su informe, la SAP advierte que la salud infantil está en riesgo porque los agrotóxicos son capaces de generar efectos tales como déficit de atención, autismo e hiperactividad, llegando incluso hasta enfermedades neurodegenerativas, cáncer hematológico y tumores sólidos. Alarmantes casos sobre los que poco se ha dicho, explica el doctor Pablo Cafiero, Pediatra del Desarrollo y Jefe de Clínica del Servicio de Clínicas Interdisciplinarias del Hospital Garrahan, quien trabajó en la realización del octavo capítulo del estudio. “Dentro de los agentes más relevantes por sus efectos en la salud humana se encuentran los agrotóxicos. Estos efectos han sido pobremente definidos y subestimados, y en general, no se incluyen en los programas de enseñanza formación de grado y post grado.”
La investigación recorre a lo largo de 12 capítulos un exhaustivo análisis de la incidencia de tóxicos en los niños pero también en la tierra, aplicando una lectura sistémica y multidisciplinaria porque participan ingenieros, médicos y científicos.
A fines del 2018, la Relatora Especial de ONU sobre el Derecho a la Alimentación reveló que el glifosato “se aplica indiscriminadamente en la Argentina, sin tener en cuenta la existencia de escuelas o pueblos en las cercanías”, proponiendo a la agroecología como una solución exitosa y viable. Pero dejar de usar agroquímicos parece ser un tema tabú, algo inpensable, mientras en otros países como Francia o México han implementado proyectos con el objetivo de reducir a cero el uso de tóxicos para el año 2035.
Medrardo Ávila Vázquez, médico pediatra, neonatólogo y docente, explica en el séptimo capítulo del informe de SAP que los pueblos cercanos a donde se usan agrotóxicos están expuestos a un riesgo preocupante. Porque los pesticidas, ya examinados por la Agencia Internacional de Investigación del Cáncer de la Organización Mundial de la Salud, son en su mayoría cancerígenos con distintos niveles de evidencia.
En Argentina el químico más utilizado es el glifosato, acerca del cual dice Ávila Vázquez: “Los estudios de genotoxicidad del glifosato enfatizan la ocurrencia de daño en las cadenas de ADN. Cuando el daño no puede repararse, cuando es irreparable, esas células no son eliminadas. Pueden aparecer y persistir mutaciones celulares que dan origen a un linaje autónomo de células sin control, conformando el comienzo de la biología manifiesta del cáncer”.
El asma es uno de los efectos más recurrentes de los químicos en cuestión. “La exposición a tóxicos ambientales puede explicar la tendencia en ascenso de las tasas globales de asma puesto que la investigación epidemiológica ha correlacionado la exposición a sustancias químicas ambientales como pesticidas y otros con tasas crecientes de asma. Y pruebas experimentales han documentado a algunos químicos como agentes causales capaces de producir desequilibrios inmunológicos característicos del asma” explica.
Dentro del informe, en el séptimo capítulo, se expone el caso de Monte Maíz, una ciudad del sureste de la provincia de Córdoba. Allí, en 2014 miembros de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados y docentes de la Facultad de Ciencias Médicas de la UNC realizaron un estudio a solicitud del intendente de la localidad. Utilizaron la misma metodología que el Estudio Internacional sobre Asma y Enfermedades Alérgicas en Niños (ISAAC), y encontraron datos preocupantes: más de la mitad de los niños de 13 y 14 años de Monte Maíz debe usar bronco dilatadores inhalados. Es decir, alto riesgo de padecer asma por el simple hecho de vivir en ese lugar.
María Gracia Caletti, pediatra nefróloga y consultora del Hospital Garrahan, considera que el nuevo estudio de la SAP, titulado “Efecto de los Agrotóxicos en la Salud Infantil”, nació para cubrir una desatendida deuda del Estado argentino con sus ciudadanos: falta de leyes, incumplimiento de las existentes, ausencia de personal de salud capacitado en el tema, falta de concientización de la población y ausencia de registros médicos y estadísticas, entre otros factores. La actividad agropecuaria, dice la doctora Caletti, “está implementada según criterios principalmente económicos, y encuentra al país con una serie de deficiencias que impiden el control del uso de los agrotóxicos y así la protección de la salud de la población”.
Detalles de primera mano
Ignacio Bocles, médico y docente de la Cátedra de Embriología de la Facultad de Medicina de la UBA, se encargó del noveno capítulo del informe junto con el doctor Damián Markov. Estudiaron los efectos de los agrotóxicos en el desarrollo embrionario y en el sistema nervioso infantil.
En diálogo con bocado, Bocles asegura que existe poca información para pediatras en cuanto a los daños que los pesticidas generan en el desarrollo embrionario debido a una óptica del trabajo: la medicina hospitalocéntrica, centrada en diagnóstico y tratamiento, olvida las causas.
“Frecuentemente pensar solo en el diagnóstico y el tratamiento te hace miope a una problemática mucho más rica”, dice y explica que por eso el estudio no solo aborda la cuestión médica, también otros espectros de un asunto complejo.
Bocles afirma que hay mucho que aún no se sabe, y que el escenario es altamente arduo. La carga de contaminación es en sí muy compleja, dice, ya que en el aire conviven interacciones de muchos químicos distintos, y cada combinación en cada cuerpo genera efectos distintos. Al preguntarle por qué esto afecta particularmente a los niños, el docente de embriología explica: “En un niño hay muchas más chances de generar un daño crónico con el que cargará con él por el resto de su vida”. Ello porque en los primeros años de vida, mientras se configuran importantes herramientas del desarrollo del menor, el niño presenta una vulnerabilidad particular. Y así “los elementos que están en el ambiente configuran las posibilidades de desarrollo en múltiples variables. Eso aumenta la probabilidad de aparición de enfermedades crónicas como diabetes o hipertensión, la generación de alteraciones en la motricidad, o la afección de reguladores hormonales en el eje sexual o tiroideo, por ejemplo”.
Para elaborar la sección de embriología que compone al capítulo el estudio se nutrió de modelos animales, así como de estudios hechos en humanos. “Utilizamos muchos modelos animales ya que la forma de entender estas anomalías congénitas o estos problemas del desarrollo es a través de un modelo muy controlado”, explica Bocles porque ante la inserción de un agroquímico en el espacio de los animales los efectos son más fáciles de evaluar.
A un año y medio del primer caso de COVID 19 se han difundido numerosas estadísticas oficiales al respecto. Sin embargo, no hay estadísticas oficiales acerca de los efectos de los agroquímicos desde hace más de 20 de años. Consultado sobre esa falta de información, Bocles asegura que la existencia -o ausencia- de estadísticas tiene razones claras: “Si hay algo que la pandemia demuestra es que cuando la decisión de registrar activa y dinámicamente está, se ejecuta fácilmente. La falta de información es una decisión política”. Atender a los efectos de agrotóxicos resulta urgente porque no es un tema de pocos, concluye el experto. “Todos nosotros, población urbana y rural, estamos afectados por estos mismos químicos que llegan a nuestros organismos, y no tenemos ningún poder de decisión al respecto. No sabemos cuáles son los alimentos que más tóxicos tienen, y está fuera de la discusión institucional que decidamos si se produce así o no en nuestro territorio”.
Fuente: Bocado.lat
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